Sabias que...
El primer cementerio oficial dominicano es el de la avenida Independencia, inaugurado el 29 agosto de 1824 durante la ocupación haitiana con la inhumación del cuerpo de la adolescente Juana Flores.
En sus 182 años de existencia este camposanto ha experimentado numerosos y significativos cambios.
Inicialmente este cementerio estaba ubicado fuera de la amurallada ciudad de Santo Domingo , en una zona llamada Ejido de la Sabana (Ciudad Nueva) a donde, además de sepultar cadáveres, eran conducidos los enemigos del gobierno tanto civiles como militares para ser fusilados y dejados allí.
A principios del siglo XIX, y posteriormente también, los extranjeros residentes en la República Dominicana, especialmente la comunidad judía, cuyos ritos, ceremonias religiosas, formas de enterramientos y modo de venerar a sus muertos difieren considerablemente del catolicismo, se vio forzada a crear espacios propios para sus deudos.
Sobre todo, porque los primeros cementerios levantados en el país, pese a ser administrados por los Ayuntamientos, eran controlados por la iglesia Católica
A pesar de tener asignada una zona especifica en el cementerio de la avenida Independencia, a los judíos no les atrae idea de ver a sus muertos habitando entre tumbas adornadas con cruces.
El de la avenida Independencia es el cementerio dominicano de mayor riqueza cultural y de más variedad arquitectónica, pese a su estado de deterioro.
Está dividido en tres zonas, una poblada por difuntos católicos, otra por musulmanes y la tercera, por judíos. Muchas de sus tumbas exhiben esculturas de niños, ángeles, santos y querubines, testigos ellas del ingenio creativo y nivel artístico de sus ejecutores.
Por este camposanto nos enteramos de las enfermedades y pestes del siglo XIX que más niños llevaron a las tumbas, así como de la procedencia de los distintos grupos de inmigrantes establecidos en el país durante ese mismo siglo y la primera mitad del XX.
Tampoco escapa a esta pequeña ciudad del descanso eterno la ostentosidad de las clases pudientes. La tumba de la profesora Luisa Ozema Pellerano es un ejemplo de ello.
Historiadores, sociólogos, antropólogos y gente ligada al negocio del turístico han reclamado al Ayuntamiento de Santo Domingo y al Ministerio de Cultura la conversión de este camposanto en un lugar turístico.
Para ello habría que restaurarlo completamente y darle el mantenimiento propio para un cementerio de esa categoría.
Es la única manera de lograr que quien lo visite pueda disfrutar su arquitectura, enterarse de la pluralidad de nacionalidades establecidas en Santo Domingo durante la ocupación haitiana y las décadas subsiguientes a la Independencia Nacional y, por qué no, enterarse de la variedad de religiones concurrentes ese espacio sacro.
Ciudadanos franceses, italianos, españoles, ingleses y haitianos comparten esa diminuta ciudad sepulcral con difuntos dominicanos, como una muestra de la solidaridad del pueblo quisqueyano con los extranjeros.
De igual modo varios caídos en la gesta independentista, anexionista y restauradora, entre ellos: Leopoldo Navarro, Juan Bautista Alfonseca y José María Imbert; algunos de los 43 marines absorbidos por el mar Caribe cuando en agosto de 1916 sus bravas olas estrellaron el bombardero norteamericano Memphis contra las cortas dominicanas como venganza a una invasión injusta.
Hay también un cenotafio a la memoria de las víctimas del terrible ciclón San Zenón que devastó la capital dominicana en 1930.
Otros dominicanos de valía sepultados allí son: la poeta Altagracia Saviñón, autora del célebre poema simbolista “Mi vaso verde”; varios miembros de la familia del notable novelista Manuel de Jesús Galván, entre ellos su hijo Manuel de Jesús Galván Velásquez cuya labor periodista como redactor (1914 y 1916) del más importante periódico newyorquino de finales del siglo XIX y principios del XX (Las Novedades), es desconocida en la República Dominicana.
El renombrado artista del pincel y del cincel Abelardo Rodríguez Urdaneta, el historiador Casimiro de Moya, el sociólogo y escritor Pedro Francisco Bonó, el educador Luis C. del Castillo, el poeta haitiano Jacques Viau Renaud y la combatiente constitucionalista Yolanda Guzmán, ambos asesinados durante la Guerra de abril de 1965.
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